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Ojeamos con calma el álbum de fotos del fin del mundo.


Las grandes olas que se metían por la puerta de la cocina, por las ventanas, inmóviles, inmensas, congeladas, se puede ver con exactitud el último segundo del comedor cuando estaba seco.

el polvo sobre los libros, esas toneladas de polvo esas montañas de polvo, esos continentes sobre los libros.

El viento que convertía la ropa de los tenderos en papalotes, las casas en papalotes, y nos dejaba ver las raíces de los árboles después de doblarlos hasta tocar el piso con sus copas.

El fuego saliendo de tuberías rotas, gatos huyendo por las ventanas, al fondo tu bolsa dorada junto a tus zapatillas rojas dispuestas a salir de gala.

Y esa que nos tomamos dándonos un beso, dentro del carro que nos salvaría, atrás se ven dos mochilas que no recuerdo y algunas cobijas y mucho más atrás del cristal retrovisor, carros y gente: el éxodo. Al fondo, tras ellos, se ve avanzar la luz que deja las fotos en blanco.

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