Llegué a casa y don Marcos garabateaba unos números ilegibles en un papel Amarillo. Desde que no ve, todos los números son ilegibles, los marca y re marca hasta que no son nada; un garabato, unas manchas de tinta corrida como el aceite en los estacionamientos, tinta en los bolsillos de las camisas, años en la piel.
Pensé que era un recado, algún cliente inconforme con su trabajo. Serví café, me senté frente a él en la mesa del comedor, le puse la taza humeante en su órbita visual, levantó la cara con esos lentes que parecen pesarle tanto como los años.
Murió la tía Carmen dijo con la voz quebrada.
Don Marcos tiene la garganta frágil, sus cuerdas vocales son átomos no-metales de enlaces covalentes; son gases de palabras que intentan ser compuestos estables, moléculas que formen oraciones comprensibles.
Márcame este numero, les tengo que dar el pésame… chingadamadre… crecimos juntos… su madre me dio mi traje de primera comunión… por qué tan pronto.
Logré marcar, justo cuando su vos se recomponía. Lo vi hablar a través del café humeante; el vapor era su eco.
Pensé que era un recado, algún cliente inconforme con su trabajo. Serví café, me senté frente a él en la mesa del comedor, le puse la taza humeante en su órbita visual, levantó la cara con esos lentes que parecen pesarle tanto como los años.
Murió la tía Carmen dijo con la voz quebrada.
Don Marcos tiene la garganta frágil, sus cuerdas vocales son átomos no-metales de enlaces covalentes; son gases de palabras que intentan ser compuestos estables, moléculas que formen oraciones comprensibles.
Márcame este numero, les tengo que dar el pésame… chingadamadre… crecimos juntos… su madre me dio mi traje de primera comunión… por qué tan pronto.
Logré marcar, justo cuando su vos se recomponía. Lo vi hablar a través del café humeante; el vapor era su eco.
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