Ayer fui a misa a preguntarme cosas.
Muchos blogeros afuera, mucha gente conocida, otros solo de vista en algunas fiestas y la familia de ella.
Una de esas misas de luto, esas misas que imagino son la razón por la cual se inventaron las misas y seguramente las religiones enteras. Para despedir. Para preguntarse.
en este caso la despedida era emputadamente inesperada.
A ella la conocí en una fiesta,
después la conocí en el turístico,
después en otra fiesta,
después de nuevo en el turístico.
Nunca la conocí.
Yo dudaba en saludarla, nos mirábamos entre todos los asistentes,
los que siempre son los mismos
y seguíamos platicando con los mismos que platicamos siempre.
Sonreía poco para mi gusto y examinaba a la gente mientras, sentada en alguna mesa del turis, tomaba. Yo, si la miraba haciendo esto, es porque seguramente hacia lo mismo.
El tambor la conoció bien, (si es que se puede conocer a alguien bien) una sola vez, alguien se la presentó y como saben todos los que conocen al Tambor se cayeron bien.
Fue él quien me dijo de su muerte y fue por él que fui a la misa. Por mi-solo no hubiera ido. Como seguramente ella no hubiera ido a la mía de haber sido yo el pasajero de ese carro. Pero quien sabe, como lo he dicho antes: no la conocía.
Como es costumbre, me reprocho las cosas tarde.
Por qué nunca me cambié de silla para platicar con ella si los dos pasábamos el tiempo observando a la gente en el mismo bar con la botella de cerveza en la mano y varias veces hasta en la misma mesa.
Cómo es que no la recuerdo bailando estando seguro de haberla visto. Cómo es que la gente puede morir tan joven, en unos segundos que pudieron ser distintos, sin razón alguna.
Sé que no la conocía y que tal vez alguien encuentre irrespetuoso de mi parte escribir de ella.
Lo he dicho antes, la gente se amarra la vida ajena a la muñeca como si fueran globos de helio y de pronto se les van.
Lloramos como los niños viendo el color empequeñecer en el cielo.
Nosotros, los que nos quedamos, eventualmente nos iremos volando o nos enchinaremos levitando por entre los muebles de la casa después de la fiesta.
Lo malo es que Claudia se fue a la mitad de la fiesta. Si mal no recuerdo ella solía hacerlo así, al igual que yo junto con alguna amiga o amigo.
Al final, alguien se tiene que quedar a recoger los envases y las serpentinas,
espero no ser yo.
Claudia, nos vemos en otra fiesta.
Muchos blogeros afuera, mucha gente conocida, otros solo de vista en algunas fiestas y la familia de ella.
Una de esas misas de luto, esas misas que imagino son la razón por la cual se inventaron las misas y seguramente las religiones enteras. Para despedir. Para preguntarse.
en este caso la despedida era emputadamente inesperada.
A ella la conocí en una fiesta,
después la conocí en el turístico,
después en otra fiesta,
después de nuevo en el turístico.
Nunca la conocí.
Yo dudaba en saludarla, nos mirábamos entre todos los asistentes,
los que siempre son los mismos
y seguíamos platicando con los mismos que platicamos siempre.
Sonreía poco para mi gusto y examinaba a la gente mientras, sentada en alguna mesa del turis, tomaba. Yo, si la miraba haciendo esto, es porque seguramente hacia lo mismo.
El tambor la conoció bien, (si es que se puede conocer a alguien bien) una sola vez, alguien se la presentó y como saben todos los que conocen al Tambor se cayeron bien.
Fue él quien me dijo de su muerte y fue por él que fui a la misa. Por mi-solo no hubiera ido. Como seguramente ella no hubiera ido a la mía de haber sido yo el pasajero de ese carro. Pero quien sabe, como lo he dicho antes: no la conocía.
Como es costumbre, me reprocho las cosas tarde.
Por qué nunca me cambié de silla para platicar con ella si los dos pasábamos el tiempo observando a la gente en el mismo bar con la botella de cerveza en la mano y varias veces hasta en la misma mesa.
Cómo es que no la recuerdo bailando estando seguro de haberla visto. Cómo es que la gente puede morir tan joven, en unos segundos que pudieron ser distintos, sin razón alguna.
Sé que no la conocía y que tal vez alguien encuentre irrespetuoso de mi parte escribir de ella.
Lo he dicho antes, la gente se amarra la vida ajena a la muñeca como si fueran globos de helio y de pronto se les van.
Lloramos como los niños viendo el color empequeñecer en el cielo.
Nosotros, los que nos quedamos, eventualmente nos iremos volando o nos enchinaremos levitando por entre los muebles de la casa después de la fiesta.
Lo malo es que Claudia se fue a la mitad de la fiesta. Si mal no recuerdo ella solía hacerlo así, al igual que yo junto con alguna amiga o amigo.
Al final, alguien se tiene que quedar a recoger los envases y las serpentinas,
espero no ser yo.
Claudia, nos vemos en otra fiesta.
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