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Hay un lugar donde te escucho.
Lejos de los ruidos de una calle con respiración artificial.
Entre las sábanas manchadas de algo que mi padre alguna vez llamó pobreza.
y las mañanas de semanas tan inglesas como el té a las cuatro de la tarde.

En un estado entre California y el sueño,
algún otro recuerdo y Tijuana: largo despertar de boca amarga.

Ahí te confundo como nunca.

Conjeturo muecas o sonrisas:
puerta que se cierra tras de ti o contigo adentro.

Te escucho confundiendo:

El carrito del mandado empujado por algún vecino que te despide.

El sonido que hace la regadera al golpear la tina.
(tú afuera, entre el vapor, preparando el agua para morir ahogada
o probar el champú y cerrar los ojos.)

El sonido de tu pelo friccionando con la almohada
creando la suficiente estática para alimentar la ciudad entera de mis sueños.

Tus pies en la alfombra buscando tu ropa; la luz en la espalda eclipsando algún lunar.

Las cucharadas de cereal golpeando un plato tan hondo como tus inseguridades.

Tomar tu bolso, monedas adentro, e irte caminando calle arriba.

Escucho todo para imaginar lo que harás con mi mañana
Con el resto de mi día, con la ciudad de mis sueños y la casa donde nos metemos.

Todo dice: que te vas o que te quedas.

Y es mejor no abrir los ojos.

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