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Este pasado fin de semana. 



El viernes inició algo mal. Beca amaneció bastante mala, no podía caminar por debilidad y terminó en el veterinario. Por la tarde-noche tenía lectura a dos voces con John Pluecker. 
la lectura se llevó acabo en el museo de arte de San Diego. Por mucho que quise pensar que era un lugar como cualquier otro, poco a poco se me empezó a subir el peso de la historia del arte. Pasé un rato viendo la obra y no tardé en ponerme nervioso. Sigo sin entender cómo es que la obra, muchas de ellas piezas que enseño en mi clase de art 100, tienen la capacidad de portar  a su creador, por más que ellos intenten separarse terminan siendo ellos cologados de la pared. Creo que la lectura salió bien, en un momento realmente me pregunté si de estar ahí por ejemplo Bellotto, le gustaría la forma en la que retrato mi colonia y, por extensión, mi ciudad. La sensación era de que seguramente no, eso me relajó un poco.  Me pregunté sobre la posibilidad de un museo de ese calibre en Tijuana y la tristeza me llegó de golpe.  De joven no me importaba el arte, bueno, sí me importaba pero mi resentimiento de clase me impedía apreciar las obras maestras instituidas por las clases previlegiadas de la historia, exagero un poco pero algo así pasaba por mi cabeza. Entre más viejo me pongo, más caigo en las normas. Esto no me molesta tanto, en verdad me divierte un poco. 



Pasamos sábado y domingo cuidando a Beca que necesitó dos bolsas de suero y antibioticos hasta por las orejas. Hoy ya se ve bien, pero en algún momento del fin de semana me visualizaba cabando un pozo en el patio y mudándome de casa porque esta me trairía muchos recuerdos. Pensaba que pasaría por este callejón y diría ahí vivimos unos años muy felices, Beca, Marcella y yo y los llamaría los años Beca, pero Beca se recuperó y mi melodrama no se cumplió. Seguiré estereotípicamente feliz. 




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