In the middle of no where
Hablábamos de Juan Rulfo, de como escribió dos grandes obras y se emborrachó hasta la muerte. Del Sandinismo en general y en especifico una visita de Cardenal a UCSD, durante su licenciatura, un poco después de que el partido perdiera las elecciones ante Chamorro. Fue muy poca gente, me dijo, compré dos libros que me autografió, un los tengo, cuando quieras te los presto, es un poco cursi pero tiene unos poemas muy buenos. Mil horas en carro desde New Jersey hasta Yuma. Durante el trayecto nos preguntamos infinidad de veces como era posible que gente viviera ahí, al margen de todo: de la carretera, de las grandes ciudades in the middle of no where. Hablamos de los gringos que se casan con sus primas y viven con una escopeta siempre a la mano. De las las batallas de la guerra civil y la historia gringa que para mi siempre ha sido un misterio, de todos los pueblitos que terminaban con town o ville y lo comparábamos con los tlan del Jalisco de nuestros padres. Hablábamos de cómo fue que terminó dando clases en una universidad desconocida de Clifton New Jersey y no alguna que tuviera un buen equipo de básquetboll que era lo que me importaba en ese entonces. Recuerdo el equipo de UCLA durante su maestría: los hermanos O'banon y Cameron Dollar que brincaba 96 pulgadas en salto vertical; ninguno fue a la NBA y si lo hicieron nunca brillaron pero cuando mirábamos los juegos, durante las visitabas vacacionales que hacia Carlos a casa, fuimos testigo de un equipo que parecía invencible. Recuerdo cuando nos dijo que se iba a la Universidad de Michigan al doctorado y me puse feliz. En ese entonces a los miembros del equipo los nombraron los fab 5 y habían perdido la final por una estupidez: un tiempo fuera que ya no tenían; a todos nos pasa.
Una tormenta eléctrica nos correteó en Kentucky, paramos a comer en un restaurante lleno de fotos de jóvenes quarterbacks y cheerleader, sin lugar a duda los héroes del pueblo. Pedimos hamburguesas gigantes y papas. Ahí hablamos un poco del futuro. Dormimos en un motel regenteado por hindúes. Dormimos bien, vimos algunos programas de televisión y seguimos platicando de infinidad de cosas: de cómo las películas del santo eran famosas en Francia, como era que Cuba estaba bloqueada como era de triste la vida de estudiante sobretodo cuando no se tiene lana y lo difícil y estresante de una tesis doctoral. Nos tomamos unas cuantas fotos que nunca supe donde quedaron. Él manejó la mayoría del camino, yo ya tenía licencia pero poca experiencia. Copilotear era bueno, hablar de literatura e historia era bueno, saber que el carnal regresaba a la frontera era bueno. Nos reíamos mucho, siempre nos reíamos mucho. Nos reíamos de todo. De todos. Dos mexicanos con cara de perdidos en carretera en una Isuzu Trooper 88. listos para llegar a la frontera.
Por fin encontramos una estación de radio en español, fue en Colorado y escuchamos algo de Maná y de los Fabulosos Cádillacs. En Nuevo México miré pinos altísimos y un río que viajaba a mi costado. Visitamos algunos lugares santos, misiones en medio del desierto a donde se hace peregrinaje para besar la tierra y los pies a la figura de un niño que se trajeron de Zacatecas para conceder milagros. En Flagstaf decidí que ese lugar me gustaba para escribir durante una temporada, el primero de mis dos libros para después poder emborracharme hasta la muerte. Llegamos a Yuma, a donde por fin se mudaría mi hermano. Pronto nos dimos cuenta del calor, de la gente que parecía toda vieja, de que estábamos en el desierto, entre bases militares, en la frontera que pronto sería un gran panteón, pero nada de eso nos molestaba, al contrario nos tomamos un seis y vimos meterse el sol anaranjado justo tras the middle of no where.
Hablábamos de Juan Rulfo, de como escribió dos grandes obras y se emborrachó hasta la muerte. Del Sandinismo en general y en especifico una visita de Cardenal a UCSD, durante su licenciatura, un poco después de que el partido perdiera las elecciones ante Chamorro. Fue muy poca gente, me dijo, compré dos libros que me autografió, un los tengo, cuando quieras te los presto, es un poco cursi pero tiene unos poemas muy buenos. Mil horas en carro desde New Jersey hasta Yuma. Durante el trayecto nos preguntamos infinidad de veces como era posible que gente viviera ahí, al margen de todo: de la carretera, de las grandes ciudades in the middle of no where. Hablamos de los gringos que se casan con sus primas y viven con una escopeta siempre a la mano. De las las batallas de la guerra civil y la historia gringa que para mi siempre ha sido un misterio, de todos los pueblitos que terminaban con town o ville y lo comparábamos con los tlan del Jalisco de nuestros padres. Hablábamos de cómo fue que terminó dando clases en una universidad desconocida de Clifton New Jersey y no alguna que tuviera un buen equipo de básquetboll que era lo que me importaba en ese entonces. Recuerdo el equipo de UCLA durante su maestría: los hermanos O'banon y Cameron Dollar que brincaba 96 pulgadas en salto vertical; ninguno fue a la NBA y si lo hicieron nunca brillaron pero cuando mirábamos los juegos, durante las visitabas vacacionales que hacia Carlos a casa, fuimos testigo de un equipo que parecía invencible. Recuerdo cuando nos dijo que se iba a la Universidad de Michigan al doctorado y me puse feliz. En ese entonces a los miembros del equipo los nombraron los fab 5 y habían perdido la final por una estupidez: un tiempo fuera que ya no tenían; a todos nos pasa.
Una tormenta eléctrica nos correteó en Kentucky, paramos a comer en un restaurante lleno de fotos de jóvenes quarterbacks y cheerleader, sin lugar a duda los héroes del pueblo. Pedimos hamburguesas gigantes y papas. Ahí hablamos un poco del futuro. Dormimos en un motel regenteado por hindúes. Dormimos bien, vimos algunos programas de televisión y seguimos platicando de infinidad de cosas: de cómo las películas del santo eran famosas en Francia, como era que Cuba estaba bloqueada como era de triste la vida de estudiante sobretodo cuando no se tiene lana y lo difícil y estresante de una tesis doctoral. Nos tomamos unas cuantas fotos que nunca supe donde quedaron. Él manejó la mayoría del camino, yo ya tenía licencia pero poca experiencia. Copilotear era bueno, hablar de literatura e historia era bueno, saber que el carnal regresaba a la frontera era bueno. Nos reíamos mucho, siempre nos reíamos mucho. Nos reíamos de todo. De todos. Dos mexicanos con cara de perdidos en carretera en una Isuzu Trooper 88. listos para llegar a la frontera.
Por fin encontramos una estación de radio en español, fue en Colorado y escuchamos algo de Maná y de los Fabulosos Cádillacs. En Nuevo México miré pinos altísimos y un río que viajaba a mi costado. Visitamos algunos lugares santos, misiones en medio del desierto a donde se hace peregrinaje para besar la tierra y los pies a la figura de un niño que se trajeron de Zacatecas para conceder milagros. En Flagstaf decidí que ese lugar me gustaba para escribir durante una temporada, el primero de mis dos libros para después poder emborracharme hasta la muerte. Llegamos a Yuma, a donde por fin se mudaría mi hermano. Pronto nos dimos cuenta del calor, de la gente que parecía toda vieja, de que estábamos en el desierto, entre bases militares, en la frontera que pronto sería un gran panteón, pero nada de eso nos molestaba, al contrario nos tomamos un seis y vimos meterse el sol anaranjado justo tras the middle of no where.
Comentarios