Alguna vez alguien me dijo, o lo leí, que se llevan flores a los hospitales para regalarle a quien está internado algo que muera antes, algo más hermoso e increíblemente más perecedero. Mirar el color que se marchita, y saber que no es la retina la que agoniza, tal vez desmayarse y caer sobre pétalos ocres llenos de experiencia. Ver de primera fuente que no importa el nivel del agua en el florero transparente, como no importa el suero ni las líneas diminutas de las jeringas. Uno cree que llena de vida el cuarto de hospital, busca el jarrón, el florero, llama a la enfermera para pedir uno, lo coloca sobre la mesa más próxima a la ventana abre un poco las cortinas y listo: la cuenta gota.