Se encontraba tras un vidrio opaco que distorsionaba su imagen y, sin embargo, su contorno entró en la tienda dejando todo en mutis, y a mí desconcertado. Corrí dando vuelta al mostrador para alcanzar a verla bien, pero no lo conseguí. En las últimas dos semanas la había visto pasar, detenerse un instante para esperar el taxi que siempre llegaba antes que yo a la puerta de la tienda. Me había hecho a la idea de que no alcanzaría a verla; me había resignado a observarla a través del cristal y, desde ahí, con la registradora a mi espalda, avizoraba apenas sus facciones difusas, su contorno delineado, sus movimientos delicados, casi rítmicos. Antes, en los primeros días, cuando aún tenía fe de verla bien, descuidaba a los clientes que después aguantaba con sus malas caras y modos groseros, aunque nunca faltaba algún señor o joven que me daba la razón con una sonrisa de complicidad.
He llegado a la conclusión, sin fundamento alguno, de que trabaja en la estética de la esquina. Tal vez me...