Estoy de nuevo en la arena de la Ciudad Sin Nombre , arrastrando un paracaídas que obliga mi andar pesado. Algo me dice que no me deshaga de él, que algún ventarrón le dará, de nuevo, vida. Mientras camino, con un cosquilleo incomprensible en el brazo, el paracaídas se llena de arena, recoge algunas algas a su paso y papalotea con la brisa que se atora entre sus pliegues.
Recuerdo que antes de irme, el mar no llegaba hasta aquí. Sobre todo, lo recuerdo más feliz. Ganó tristeza, también terreno. Pronto nos inundaremos de ambas cosas, me digo, mientras extiendo mi paracaídas para sentarme sobre él.
La Ciudad Sin Nombre gira rápido. He dejado la banca del parque que habité durante la espera. Comprendí que aquí todos esperan. Me quedé dormido.
¿Quién me trajo aquí?
Sentado sobre el paracaídas, planeo transformarlo en una capa amplia con un capuchón tan largo y ancho que me sirva de costal. Ahí echaré todo, por fin servirán las clases de corte y confección donde conocí a avestruz…Rec...